Alfonso Navarro Táppero
Las víctimas de Kali
A 22 Km. De Katmandú y a tan sólo 2.5km de Pharping, en un paraje natural de singular belleza se encuentra el santuario consagrado a Dakshin o Kali “meridional”.
El templo de Dakshinkali se levanta en una hondonada natural, rodeado de montañas por cuyas pendientes cubiertas de frondosos bosques serpentean salvajes riachuelos.
Sin embargo lo que nos ha animado a visitar este enclave no es la belleza del entorno, ni tan siquiera la interesante arquitectura del templo, el motivo de nuestra visita es el deseo un tanto morboso de contemplar in situ los sacrificios de animales que tienen lugar en el pozo de Kali todos los martes y sábados del año.
Para los hindúes el ritual de la muerte de un animal va más allá del mero hecho de ofrecer el sacrificio de la víctima a la divinidad (Kali en este caso) ya que lo que se persigue es liberar a un “hermano” de su prisión en un animal dándole la oportunidad de reencarnarse como hombre.
Igualmente los hindúes creen que con el sacrificio de un determinado animal se puede superar la cólera, la envidia, la estupidez, la timidez e incluso la indiferencia.
Los gallos cacarean estridentemente, los carneros y machos cabríos balan con desesperación, los patos graznan implorando un perdón que nunca llegará y los búfalos braman como si supiesen que se acerca su final.
La sangre que brota de las yugulares sesgadas de los animales sacrificados tiñe de rojo el recinto sagrado, la daga ejecutora y las ágiles manos del experto matarife. La policromía del vestuario de los fieles y su devoción aportan magia y tipismo a la escena.
La mayoría de los turistas –algunos no soportan la visión tan próxima de la muerte y la sangre- nos mezclamos con los fieles intentando pasar desapercibidos y poco a poco nos contagiamos del fervor popular.
Por último comentaros que en los primeros días de otoño tiene lugar el festival Dasain durante el cual se sacrifican más de 10.000 animales. Tiene que ser un espectáculo realmente impresionante.
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