Desde Cuzco cogimos el camino a...
Desde Cuzco cogimos el camino a Chinchero, luego una angosta pista hacia Maras que parecía ir directo hacia el abismo. Atravesábamos a los tumbos una meseta altísima sobre las cumbres que encierran el Valle Sagrado, y a nuestro alrededor parecía no haber salida, sólo precipicios. Jamás había estado en una salinera, como le llaman en el Perú, pero por el momento lo único que me intrigaba era por dónde íbamos a bajar hasta allí. Llegamos al límite de la meseta y vimos un desdibujado camino adentrándose en una profunda y estrecha garganta. Bajamos a 1 kilómetro por hora. El paisaje se tornó irreal. Nos habíamos metido en un tajo de una montaña asombrosamente verde por donde corría un arroyo desbocado. Tres curvas más abajo y de pronto, ocupando buena parte de la abrupta ladera opuesta, vimos la salinera.
En ese universo salado trabajan hombres desde épocas prehispánicas. Los siglos han pasado, sin embargo los comuneros de Maras que ‘trabajan la sal’ la siguen extrayendo del mismo modo que 600 años atrás. Las salineras les pertenecen, de ellas viven, así que sin nada que les proteja la vista de tanto resplandor, descalzos y con el agua a los tobillos, rastrillan lentamente la sal con una tablilla, la seleccionan en montoncitos, y con orgullo, como llevando un tesoro, la cargan a la espalda en grandes bolsas hasta el desvencijado almacén.