Donde anidan los albatros
La salvaje y casi indómita península de Otago parece, definitivamente, ser un mundo aparte. Dejando atrás la escocesa e industrial Dunedin, basta conducir unas decenas de kilómetros por una sinuosa carretera que bordea la costa ( a veces peligrosamente cerca de ella) para meternos de lleno en un territorio semisalvaje donde parece que quien gobierna es el reino animal.
Mas bien diría que los humanos, siempre cómodos y apegados a los lugares que les proporcionan cobijo y confort, no se atreven a pasar de un límite. En este caso, y tras las últimas casas de la preciosa bahía de Dunedin, una especie de sucedáneo de fiordo sin altas montañas pero con una envidiable entrada de mar, el paisaje deja de ser un calmo y tranquilo paraje y se convierte en un ventoso peñasco donde las aves, las focas y los pingüinos han recuperado o que siempre fue suyo.