Cuando la boca se hace agua
Por recomendación de nuestra amiga Luisa de Los Telares, hicimos un alto a la hora de comer en los altos de Agulo, en este restaurante que afortunadamente está bastante alejado de la carretera principal. Y digo afortunadamente porque las cosas buenas siempre queremos mantenerlas en secreto, temiendo que desde que se conozcan demasiado puedan perder su esencia, aquello que las hace diferentes.
Porque una cosa puedo asegurarles, creo que mis jugos gástricos no se habían estimulado de tal manera desde hacía mucho tiempo como cuando la enorme chuleta llegó a nuestra mesa y su aroma tocó mi nariz.
Pero es que no fue sólo la carne, la chuleta y el fabuloso bistec de cerdo, las papas fritas naturales y crujientes, los deliciosos postres con miel de palma y los chupitos finales de gomerón, sino que todo parecía acompañar a la comida: la amabilidad (tan natural en los gomeros) del personal, la limpieza del local y sobre todo las vistas que se tienen desde el comedor.
La carta no es muy amplia, ni falta que hace. Prefiero una corta pero sabrosa y variada, que esas extensas y cansinas donde todo parece ser variaciones de un par de platos insulsos y demacrados.
Roque Blanco es para repetir y no cansarse nunca. Porque quién se cansa de lo bueno?
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