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Puerto

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1 opinión sobre Puerto

Restos de un pasado no tan lejano

Excelente

Como vimos anteriormente, la ciudad de Oamaru, tan grande como Los Ángeles en 1800 ( este dato me impactó), fue durante casi un siglo una próspera urbe que basaba su riqueza casi totalmente en su puerto, lugar de trasiego mercantil para todos los cargueros que partían hacia Gran Bretaña cargados de carne refrigerada, tan abundante en la isla y tan necesaria para alimentar la maquinaria del Imperio Británico.

En ese momento los territorios de la Reina Victoria se extendían por gran parte de la tierra conocida, de la que quedaba poca, ya que fue una época en la que las expediciones científico contaban con la absoluta protección y subvención de la soberana.

Pero el poder de Londres y su territorio fue decayendo poco a poco y sus colonias independizándose, por lo que ya no era necesaria esa ingente cantidad de alimento para alimentar a un Imperio en decadencia. Atrás quedó la riqueza de Oamaru y sus preciosas casas victorianas levantadas con el dinero del comercio marítimo. El puerto quedó obsoleto e inservible, así que tuvieron que diversificar.

Hoy, el tranquilo muelle de la ciudad se ha reinventado y ha dado la bienvenida a todos los visitantes que quieren embarcarse en la aventura de la naturaleza. Barcos pequeños y manejables, recorren las costas en busca de delfines, ballenas y focas en una jornada que puede durar hasta un día entero. Pero la fama no le viene de esas excursiones esporádicas, sino de algo que ocurre todos los días del año a la misma hora.
Al atardecer y justo antes de que la noche cubra la costa, los pingüinos de ojos azules llegan en tropel tras pasar el día pescando en alta mar. Salen del agua y se dirigen a sus nidos, e incluso alguno se atreve a pasear por las calles de la ciudad, por lo que hay señales que advierten de su eventual presencia. Estos simpáticos habitantes de Oamaru comparten hábitat con los de ojos amarillos, más grandes, raros y tímidos hasta el punto de abandonar a sus polluelos si oyen una voz humana.

Desgraciadamente la hora de mi visita no correspondió a la de su vuelta a tierra firme, por lo que me limité a pasear por la bahía, disfrutando del fresco aire del mar y de su color verde esmeralda. Una delicia.
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