Ajetreo lisboeta
Si una ciudad como Lisboa, disgregada y variable, universal y con ese desordenado encanto que sólo pueden tener las que fueron y siguen siendo de corazón, grandes y conquistadoras metrópolis, si tuviera, digo, un centro, un corazón o un pulmón que le diera vida, ese sería la Plaza del Rossio.
Y es que aún teniendo tantos y tan grandes monumentos, aquí y allá, tanto encanto y tanta saudade, Lisboa sigue necesitando a su gente y a su aire para seguir viviendo.
No pasa nada si a veces la Praça do Comércio le quita protagonismo, eso es sólo en ocasiones. Rossio se sabe alimentada por la historia y por el futuro a partes iguales, por el amor que le tuvo el Marqués de Pombal, que la reconstruyó y adornó como a una dama de alta alcurnia, con la calçada que sirve de fondo a dos espectaculares fuentes barrocas y la estatua de su rey, dom Pedro IV.