Haciendo patria
Debió ser difícil encontrar un estilo que aunara las características no sólo técnicas y arquitectónicas propias de cada región española sino también su idiosincrasia. Así que poco menos que se lo inventaron. No exclusivamente para la plaza de España sevillana, aunque sí que fue el crisol donde de unieron y fundieron muchos de los experimentos estilísticos de lo que se dio en llamar regionalismo andaluz, con guiños al mudejar y al barroco, restos de la antigua grandeza del país.
Porque claro, en aquellos años de principios del siglo XX, el panorama español estaba bastante confundido, convulso y hasta desorientado. En plena II República había que seguir demostrando la excelsa grandeza de España y la unión ( con algún desgaje) de los pueblos que la formaban.
Se encargó al arquitecto Aníbal González la creación de un espacio que demostrara esa unión y el sentimiento de abrazo que unía a todos los pueblos de España. Acertadamente, el arquitecto resumió la idea en una forma semicircular de ladrillo visto, como brazos envolventes y a la manera vaticana, con amplios espacios y corredores, adornado todo ello y en gran cantidad con azulejería sevillana.
Dos elegantísimas torres rematan los extremos de esos miembros arquitectónicos y sirven de marco a un gran estanque y varios espacios de esparcimiento que se acabaron de adornar con multitud de bancos y representaciones de cada una de las provincias y grandes ciudades españolas en valiosísimo azulejo policromado sevillano.
Se puede acceder a la segunda planta del ( o los) edificios por una gigantesca escalera ( que me recordó mucho al espacio pintado por Ribera en el Palacio de Gobierno de Ciudad de México) y admirar desde arriba el conjunto en todo su esplendor.
Un esplendor basado en el propio de la España que quedaba atrás, agonizando y sin saber que se enfrentaría a uno de sus peores demonios, la Guerra Civil.


