Un paraíso para golosos
Visitando Montblanc y caminado por sus calles, admirando la reconstrucción de sus murallas, conociendo poco a poco la historia y leyendas del lugar, allí nomás, cerquita y a la vista de quien quieras verla estaba la atractiva vidriera de esta pastelería inaugurada en 1826 la que, sin ser golosa para nada, llamó poderosamente mi atención.
Como iba acompañada de un sobrino y el sí se comía con los ojos todo lo que había, entramos, nos recibió un elegante paje de cuentos de Andersen que tenía en su mano una bandeja con un gran membrillo y mientras Javier elegía que llevar de regreso a su casa en la que yo paraba, pedí autorización para sacar unas fotos y les puedo asegurar que nos sabía qué mirar.
De todo como en botica, en canastos o en cajas, en estantes o vitrinas jugaban con los colores y las formas más diversas, había panecillos de piñones, arrollados de crema con frutas varias: frutillas, cerezas, grosellas, kiwis, uvas y duraznos adornados con pequeñas flores de pasta de almendras (fue lo que llevé), higos acaramelados, crocantes de fruta, de nueces, de coco, pasteles de toronja, chocolates con el 85% de cacao, otros también con coco, turrones de almendra y chocolate, pasteles, tiramisú, dulce de membrillo, vinos, cavas, champagne, licores, en fin todo prohibido para diabéticos, menos mal que ninguno lo éramos. Visitar el lugar y comprar aunque más no sea un bombón, es algo que no se pueden perder si pasan por allí.
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