Rodrigo Perez
Una visita inesperada
Realmente dimos con nuestros huesos en este bello pueblo francés sin tenerlo premeditado, toda vez que solo deseábamos ver las copias de las pinturas rupestres de la cueva de Lacaux II que distan del mismo poco mas o menos de tres kilómetros.
Sin embargo las circunstancias de un viaje como este, es decir a nuestro aire, nos obligo a efectuar primero una pequeña visita que después duró algunas horas.
Al llegar a la entrada de las cuevas y pensando en lo lógico, quisimos comprar las entradas para efectuar la visita cuando ante nuestra sorpresa nos encontramos que esto se tenia que hacer en la Oficina de Turismo de Montignac. Mala suerte pensamos y dando media vuelta con el coche nos dirigimos hacia ese lugar.
La entrada en esta pequeña ciudad fué cruzando un puente relativamente nuevo sobre el río Vézère que aquellos días iba bastante crecido por las intensas lluvias habidas los días anteriores y con sus aguas de un color marrón intenso.
Escasamente unos cuantos metros de pasar este puente, nos encontramos en el corazón de esta pequeña localidad y nos dimos rápidamente cuenta de su belleza. Eran las doce el mediodia y teníamos bastante prisa, ya que la última visita a la cueva era media hora más tarde, teníamos que comprar las entradas y recorrer otra vez los tres kilómetros que nos separaban de ella, cosa que realizamos sin ningún problema.
Una vez terminada la misma con más pena que gloria pues fué bastante sosa ya que el guía solo hablaba en frances y nosotros de ese idioma ni papa a pesar de haber estado en ese pais en múltiples ocasiones, de esto ya contaré algo en un próximo rincón, nos dirigimos de nuevo a Montignac, aparte de para comer algo efectuar una pequeña visita a la localidad.
Una vez dejado el coche en uno de los aparcamientos de pago que por suerte nos salió gratis al ser festivo, lo primero que hicimos fué dirigirnos a un pequeño restaurante a orilla del rio Vézère con una soberbias vistas de las construcciones en su ribera.
El día era perfecto para que una vez saciada nuestra hambre, diésemos una vuelta por la ciudad donde nos esperaban lindos rincones y construciones como la antigua iglesia de San Jorge (siglo XII), el antiguo Hospital de Saint Jean del mismo siglo, la Maison Duchême de 1876 o la iglesia de Saint Pierre que no pudimos averiguar de que siglo se trataba. Pero lo que más nos impresionó fue el pequeño paseo por el viejo puente que nos dejó una vistas totalmente impresionantemente bellas.
Escasamente unos cuantos metros de pasar este puente, nos encontramos en el corazón de esta pequeña localidad y nos dimos rápidamente cuenta de su belleza. Eran las doce el mediodia y teníamos bastante prisa, ya que la última visita a la cueva era media hora más tarde, teníamos que comprar las entradas y recorrer otra vez los tres kilómetros que nos separaban de ella, cosa que realizamos sin ningún problema.
Una vez terminada la misma con más pena que gloria pues fué bastante sosa ya que el guía solo hablaba en frances y nosotros de ese idioma ni papa a pesar de haber estado en ese pais en múltiples ocasiones, de esto ya contaré algo en un próximo rincón, nos dirigimos de nuevo a Montignac, aparte de para comer algo efectuar una pequeña visita a la localidad.
Una vez dejado el coche en uno de los aparcamientos de pago que por suerte nos salió gratis al ser festivo, lo primero que hicimos fué dirigirnos a un pequeño restaurante a orilla del rio Vézère con una soberbias vistas de las construcciones en su ribera.
El día era perfecto para que una vez saciada nuestra hambre, diésemos una vuelta por la ciudad donde nos esperaban lindos rincones y construciones como la antigua iglesia de San Jorge (siglo XII), el antiguo Hospital de Saint Jean del mismo siglo, la Maison Duchême de 1876 o la iglesia de Saint Pierre que no pudimos averiguar de que siglo se trataba. Pero lo que más nos impresionó fue el pequeño paseo por el viejo puente que nos dejó una vistas totalmente impresionantemente bellas.
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