Si esto no es el paraíso sin duda debe ser algo muy similar…
Stone Town, capital del archipiélago de Zanzíbar, es un maravilloso laberinto de oscuras y estrechas callejuelas en las que avejentados y decadentes edificios, pétreos vestigios de un esplendoroso pasado susurran a nuestro paso historias de tráfico de esclavos, de poderosos sultanes y bellas princesas, de viejos galeones cargados con exóticas especias, de intrépidos exploradores ávidos de aventura y gloria.
Cae la noche en la vieja ciudad y el murmullo que proviene del puerto nos sirve de guía para abandonar este mundo de sueños, dejamos atrás pálidas fachadas en las que sobresalen bellos balcones tallados en madera, volvemos la vista para admirar ricas casonas de estilo árabe, cruzamos ante mezquitas, iglesias e incluso descubrimos un templo hindú y nos dirigimos hacia el alboroto atraídos a su vez por el incesante bailoteo de un sin fin de luces anaranjadas.
Al aproximarnos descubrimos que las luces danzarinas no son sino llamas que emergen de decenas de pequeñas parrillas de carbón que son mecidas por la suave brisa del océano. Una larga hilera de tenderetes se perfila hasta donde nos alcanza la vista, el crepitar del carbón de leña y el aroma de las carnes, pescados y mariscos asándose lentamente en las brasas nos abre el apetito.
Bajo la luz anaranjada que emiten las lámparas de queroseno los vendedores ambulantes muestran delicadamente dispuestas las suculentas viandas que puedes degustar in situ, cocinadas a tu gusto y por un precio irrisorio.
Ante nuestra vista, perfectamente alineados, Miskakis (pinchos de carne), suntuosos racimos de gambas, calamares, berberechos, atún y pollo ensartados en palillos, cangrejos, chapati (panes hindúes) y plátanos fritos se adivinan tan apetitosos que dificultan la elección.
Nos decidimos en primer lugar por unos Misakis (el mío con salsa de chiles) , unas brochetas de pollo y otras de gambas.
Mientras nuestras viandas se “asan” lentamente en la plancha, nos ofrecen jugo de caña exprimido en el momento, son instantes para disfrutar del bullicio, del ambiente y de la alegría del lugar. El chaval que atiende el tenderete deposita los pinchos sobre un plato de plástico y con nuestro pequeño tesoro entre las manos al que hemos añadido un par de cervezas “Safari” nos disponemos a dar buena cuenta del mismo contemplando una maravillosa puesta de sol con los pelícanos y barcazas del puerto como telón de fondo….
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