SerViajera
Donde late la vida
Leo en mi diario de viajes: “Antes que nada busco el mercado. Los mercados son como manuales de vida concentrados. Un vistazo al de Maputo -llamado también Bazar da Baixa- y uno se acerca al alma de su gente, intuye su sentir, su soñar y hasta su amar. La luz se cuela por los agujeros de los toldos viejos del techo. Aquí todo es lustrosa piel ébano y sonrisa marfil. Las vendedoras de pescado espantan moscas y esperan clientes, las 'cangrejeras' hunden sus brazaletes de oro en los baldes donde conviven cientos de cangrejos embarrados, las 'camaroneras' pelan camarones y los acomodan primorosamente en latitas viejas de Schweppes. Miro con los ojos, con el gusto, con el olfato, con el tacto.
Camino el mercado una, dos, tres veces. Encuentro un hueco y me atrinchero. Disparo fotos. Palanganas azules colmadas de camarones, pescados rosados todavía chorreando agua marina, baldes repletos de caracoles, langostas arrastrándose muy vivas por las mesadas de madera.
Más allá el pan dorado, más allá las castañas cajú, más allá los mangos, las bananas, las naranjas, los pimientos rojos y amarillos, los cocos, las negras hermosas de labios carnosos ofreciéndome lo que sea, con tal de vender. Senhora... Senhora...
Con mi pobre portugués les hablo a todas y a todos. Entonces pido permiso y enfoco vidas. Edades nuevas y muy añosas. Mujeres dormidas sobre sus mercancías. Niños criándose entre la fruta y la verdura. Hombres jugando a las cartas en los pasillos. Miradas enrojecidas. Manos encallecidas. Ojos jóvenes, llenos de chispas, y ojos a los que se les ha escapado el brillo de la esperanza.
Cuatro horas en el Mercado de Maputo. Aquí, mansamente, late la vida”.
Más allá el pan dorado, más allá las castañas cajú, más allá los mangos, las bananas, las naranjas, los pimientos rojos y amarillos, los cocos, las negras hermosas de labios carnosos ofreciéndome lo que sea, con tal de vender. Senhora... Senhora...
Con mi pobre portugués les hablo a todas y a todos. Entonces pido permiso y enfoco vidas. Edades nuevas y muy añosas. Mujeres dormidas sobre sus mercancías. Niños criándose entre la fruta y la verdura. Hombres jugando a las cartas en los pasillos. Miradas enrojecidas. Manos encallecidas. Ojos jóvenes, llenos de chispas, y ojos a los que se les ha escapado el brillo de la esperanza.
Cuatro horas en el Mercado de Maputo. Aquí, mansamente, late la vida”.
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