Emocionante viaje en barco durante dos días
Ha sido uno de los viajes más excitantes de los que he realizado hasta ahora. Un grupo de amigos diseñamos este viaje de dos días y una noche por el río Mekong: uno de los ríos más largos y caudalosos del mundo que atraviesa varios países desde su nacimiento y que, en algunos tramos, llega a alcanzar más de 20 km entre orilla y orilla. La idea era salir desde la frontera de Tailandia hasta Luang Prabang en Laos. Para ello nos desplazamos hasta Bankok, de allí a Xiang Rai, una ciudad a unos 40 km del río.
Para cruzar, existen canoas con capacidad para seis personas que lo hacen en cinco minutos. Allí pasas la Aduana por 20€ sin necesidad de visado; eso sí, a pesar de tener 10 personas atendiendo tardan una enormidad en sellarte el pasaporte: tienen que pasar por las manos de todos ellos para justificar su presencia (hay que tener en cuenta que es un país comunista y casi todo el mundo está en el ejército).
La costumbre religiosa de mundo del río obliga a ofrecer cosas, para nosotros curiosas, en la proa del barco. Es frecuente cruzarte a lo largo de la navegación con otras embarcaciones que transportan personas, vehículos pesados y turismos, incluso barcos Hotel; también pescadores, agricultores (sobre la arena de la orilla del río se planta una variedad de cacahuete de fruto pequeño típico de este país). La presencia de personas lavando en las aguas, niños y animales, como búfalos de agua y elefantes, es normal.
Navegamos entre recodos y meandros. Algunos salimos a la pro para disfrutar del aire, del sol y de la exuberante selva que se muestra a ambos lados.
Hacemos paradas entre comidas para visitar poblados étnicos de la rivera en los que, en cuanto nos ven llegar sus habitantes, nos reciben improvisando mercadillos con ropa y complementos para su venta. Sorprende en estos lugares en los que las viviendas son cabañas con techos de hojas y ramas de árboles, y que cuentan con Gurú propio, la presencia de enormes antenas parabólicas para ver la TV. Los niños nos despiden, alguno enfadado, desde la orilla.
Antes de que caiga la noche, llegamos a un Hotel cerca de Pak Beng, en la ladera de un monte próximo a la orilla, donde pasaremos la noche en el silencio más ensordecedor que he vivido nunca.
Al amanecer del día siguiente nos acercamos al pequeño pueblo, ya mencionado, a visitar el mercadillo local de frutas y verduras.
Embarcamos de nuevo siguiendo nuestro curso hasta llegar a una de las visitas obligadas: la Cueva de los Mil Budas. Un lugar de culto de la religión local muy visitada y a la que hay que llegar a ella necesariamente en barco. La vista de sus alrededores es espectacular: frente a la entrada hay una formación rocosa soberbia y debajo un Hotel en el que apetecería alojarse. El propio nombre de la cueva define las innumerables estatuillas de Buda que han sido allí depositadas por los devotos. La parte de atrás de la gruta, a la que se accede subiendo innumerables escalones, tiene una leyenda negra: existe allí un abismo profundo donde, en la época de Pol Pot, eran arrojados vivos a sus profundidades las víctimas de este dictador que obligó a trabajar en la siembra y recolección del arroz a los habitantes de las ciudades (abandonado sus viviendas y sin conocer ese trabajo) o, simplemente, por llevar gafas: entendían que al llevarlas eran intelectuales y eso era suficiente para condenarlos.
Seguimos río abajo visitando lugares ya más civilizados al acercarnos a Luang Prabang, entre ellos una destilería en la que embotellan los licores típicos (algunos con animales dentro: como pequeños caimanes y cobras. Al fin llegamos a Luang Prabang y el río nos despide con un espectacular atardecer.


