Jamás hubiera llegado a la bellísima L...
Jamás hubiera llegado a la bellísima Laguna de Huaypo de no ser por mi amigo Edward, que con su diminuto coche me hacía de chófer.
Apenas dejamos atrás Izcuchaca –el pueblo desde donde sale la pista a la laguna- el coche se zarandeó entre pozos y piedras, y por una ladera cubierta de eucaliptus comenzamos a ascender. Salía el sol entre las nubes, el camino estaba desierto, llegamos a una pradera pelada, luego comenzamos a descender.
Habíamos salido del radio de la ciudad de Cusco, traspasado los picos que la cierran; ahora sí, a nuestros pies se extendía vasta, callada, la tierra. Aparecieron humildes ranchos de adobe, marianitos (mulos) sueltos, mestizos yendo y viniendo de alguna parte y, más allá, una gran laguna azulada. Dije en voz alta qué belleza, y le pedí a Edward que se detuviera. La Laguna de Huaypo resplandecía apacible, rodeada por la tierra labrada.