Descanso y más descanso
Es agradable llegar a un lugar como Te Anau, después de llevar casi media Isla Sur recorrida y encontrarse con un lugar que perfectamente podría confundirse con los lagos de la lejana Suiza si no fuera porque estamos en el Hemisferio Sur.
Plácidamente recostada en las orillas del lago del mismo nombre, Te Anau es un pequeño pueblo de descanso, donde no hay edificios, industria ni moles arquitectónicas. Más que eso, el edificio más alto es un hotel con aspecto de chalet de montaña que no supera los tres pisos y que sirve de refugio vacacional para aquellos que se acercan al lago en cualquier época del año.
Medido y remedido, el lago se considera el segundo mayor del país y se extiende hasta tocar las montañas que lo rodean. Por sus aguas circulan mercancías y visitantes, animados por experiencias como la cueva de las luciérnagas ( que en realidad son gusanos), los vuelos en hidroavión o la plácida navegación en patines o barcas de motor.
Durante la temporada baja ( nuestra primavera verano que es su otoño invierno) la ciudad permanece casi desierta, habitada casi en exclusiva por los backpackers, mochileros que aprovechan los bajos precios que marcan esas fechas, pero a partir de noviembre, llega un enjambre de turistas que quieren aprovechar la bonanza del clima para caminar, nadar, hacer excursiones o simplemente quedarse en la ribera del lago tomando sol.
Hay que pasear por la cinta de cemento que bordea la masa de agua, sobre todo al atardecer, cuando el sol hace brillar con más intensidad los encantos de Te Anau.
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