Caminando entre acantilados y gaviotas
El Monte Jaizkibel es la gran barrera costera que separa Hondarribia de San Sebastián. Una atalaya natural desde la que los pescadores vascos oteaban el Cantábrico en busca de ballenas. Una serie de sendas y caminos permiten recorrerlo con la vista puesta siempre en el mar. Una opción -la del senderismo costero- impregnada de una magia especial: el rumor de las olas batiendo contra los acantilados acompasa el caminar; los aromas a algas y salitre perfuman de optimismo la escena y los sonidos chillones e insistentes de las aves marinas ponen banda sonora muy original a la caminata.
La ruta empieza en el santuario de Guadalupe, centro de culto muy ligado a la tradición marinera a las afueras de Hondarribia. Está toda marcada con flechas amarillas y vieiras porque coincide con la primera etapa del Camino de Santiago del Norte. Arriba, sobre la cresta de la sierra, se ven aún restos de antiguos torreones de vigilancia, desde donde los pescadores oteaban el paso de cetáceos. La ría de Pasajes corta la ruta y hay que descender hasta Donibane Pasaia (Pasajes de San Juan), uno de los pueblos donde mejor se ha conservado la tipología de urbanismo marinero de toda la costa vasca, para cruzarla en el último transbordador que queda operativo en Guizpúzcoa, y alcanzar en la otra orilla Pasajes de San Pedro; desde allí se inicia un nuevo ascenso hasta al Faro de la Plata. Las flechas amarillas de la ruta jacobea y las marcas blancas y rojas del sendero GR 121, que coincide en este tramo, nos llevarán desde el faro en paralelo a una antigua conducción de agua, de la que quedan en pie dos acueductos, sin dejar nunca la vista del Cantábrico. La senda serpentea a media ladera, abalconada sobre acantilados y radas donde los pesqueros vascos faenan envueltos por una nube de gaviotas estridentes que se disputan los restos de las capturas, hasta iniciar un rápido descenso hasta la playa de Gros, en Donosti.