Un lugar para quedarse con la boca abierta
Ni en sueños esperaba encontrar este rincón en mi reciente viaje a Sicilia. La Rocca de Cefalú superó todas mis expectativas, y con creces. Desde luego, entra en mi lista de rincones favoritos desde el momento en que lo pisé!!.
Cefalú es un pueblecito de la costa norte de Sicilia, próximo a Palermo. Allí me dirigí atraída por algunos de sus encantos, y con dudas sobre si subir la famosa "Rocca" ya que el día se presentaba caluroso. En el tren conocí a una canadiense que me insistió en que no dejara de subir. Cuando llegué y vi la gran roca que se yergue sobre Cefalú, pensé "uy, no sé"... Sin embargo, me animé y tiré para arriba con agua y un panini de salami recién comprado en el pueblo (era ya media mañana).
La primera parte es una escalinata de piedra bastante cómoda y que además transcurre bajo pinos y la vegetación típica del lugar, con las chumberas como protagonistas. Enseguida empiezas a disfrutar de unas vistas magníficas del Mediterráneo, en esta parte llamado Mar Tirreno, y el pueblo va quedando atrás aunque prácticamente sólo se ve la parte nueva.
Llegan las fortificaciones bizantinas, que están por aquí y por allí, y a partir de ahí el camino se bifurca: templo de Diana, o castillo (s. XII-XIII). Opté por la primera opción, que es la parte más baja y también arbolada. Y allí, al final de un senderillo, tras las almenas: el mar y el casco viejo de Cefalú, espléndidos, se abren junto con tu boca... vamos, que no se puede dejar de lanzar una exclamación de sorpresa y deleite. De momento, el esfuerzo quedaba compensado de sobra. No hay dinero que pague esto (en cualquier caso, no hay que pagar entrada aunque un cartel ponía que sí, pero sólo había un hombre que preguntaba por tu nacionalidad).
Desde allí no hace falta volver sobre nuestros pasos, ya que otro sendero (más escarpado y vertical, eso sí), nos lleva al castillo que está en la cima. Desde allí arriba pude contemplar el Capo D'Orlando y el Etna, a lo lejos, casi confundido con las montañas más cercanas.
No sé si era por la hora, o porque no muchos turistas deciden subir, o por todo esto y porque es Abril, pero había poca gente y en muchas ocasiones estuve sola, un privilegio. Bueno, sola no... acompañada por las lagartijas que constantemente entran y salen de las piedras y los matorrales provocando constantes chasquidos. Son de colores preciosos, aunque muy huidizas y difíciles de fotografiar.
Lo dicho, si vais a Cefalú, preparaos para la subida pero no dejéis de hacerlo!!. Únicamente comentar que si llueve, cierran el acceso ya que el camino se torna muy resbaladizo.
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