Estoy en Matmata, una aldea de origen...
Estoy en Matmata, una aldea de origen bereber perdida entre montañas bajas. A pocos kilómetros comienza el desierto tunecino. La tierra aquí arde, parece hecha de fuego. Tanto calor emana que el cielo está permanentemente desaparecido. Llegué aquí después de varias horas en ‘louages’ (taxis compartidos) cada vez más desvencijados. Es que a Matmata no llegan viajeros independientes, sólo los todoterrenos contratados por agencias turísticas. Pasan por aquí camino a Tataouine, en el Sahara tunecino, y se detienen para ver lo que yo vine a ver: Las increíbles casas subterráneas que los bereberes ingeniaron hace siglos para aislarse del calor, del viento constante, y guardar alimentos. No quedan muchas, aunque todavía se pueden ver algunas sorprendentes. De hecho estoy hospedada en un albergue que funciona en un ksar, como se llaman estas casas. Este ksar está prácticamente igual a cuando alojaba a varias familias, animales y comida. Los ksours (plural de ksar) no están excavados horizontalmente, sino verticalmente, hondo en el suelo. Imagínense pequeños cráteres al ras de la tierra. Al asomarse, uno ve, a seis metros de profundidad, un patio redondo a donde dan habitaciones de distinto tamaño. Al ksar se entra por un túnel que poco a poco va descendiendo hasta el patio central, a su vez conectado con otros patios a donde dan más cuevas o habitaciones. Los ksour son color tierra; uno los distingue porque sus bordes están pintados de blanco. Así es el paisaje lunar de Matmata, un infinito horizonte de arenisca barrido por el viento salpicado de cráteres encalados.
Dormir en un ksar es una experiencia religiosa. Mi habitación es una celda monacal inmaculada: Aquí abajo no entran ni polvo, ni ruidos, ni la más mínima mosca. No tengo baño privado, pero tengo electricidad. Ya adoro este lugar, su increíble silencio. Claro que nada es perfecto. En el ksar donde me hospedo se filmaron escenas de La guerra de las galaxias. O sea que muchos turistas rompen la quietud del patio para sacarse una foto en el escenario de George Lucas.
Con la puerta atrancada con un candado, duermo la siesta, consciente de que estoy a 6 metros de profundidad. Luego me voy a caminar. Raro salir a pasear por Matmata. Sólo se escucha al viento, no ves a nadie. La sensación es que si no te aferras a la tierra te vas a volar.


