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Koyasan Okunoin

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3 opiniones sobre Koyasan Okunoin

Un cementerio especial

Excelente

El cementerio de Okunoin es el más grande y sagrado de Japón, aunque se puede acceder a el por dos sitios os recomiendo que iniciéis el recorrido en el primer puente llamado Ichi-no-hashi, desde aquí hay un recorrido de dos kilómetros hasta el mausoleo del Maestro Kukai el fundador de la secta budista Shingdon.
En el segundo puente llamado Nakano no os perdáis visitar la piedra Miroku que medirá vuestra virtud y también el pozo de las reflexiones. La leyenda dice que si no te reflejas en el morirás en un plazo de 3 años, esto no os recomiendo que lo probéis :)
El cementerio de Okunoin merece

La pena, si vais a Koyasan no os lo perdáis, es un cementerio lleno de magia, un lugar especial.
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Kôyasan y Okunoin

Kōya-san es uno de los centros religiosos más importantes de Japón. Dicen que hay más de mil templos y santuarios. No sé.... La verdad es que la montaña es un templo en sí misma.

Una daimom gigantesca da paso a el complejo de templos que conforman Koyasan. Cruzo esa puerta roja flanqueada por demonios y caracteres tibetanos (bonji). Aquí empieza lo sagrado.

Deambulo entre templos de todas las formas. Algunos muy antiguos. Parecen difuminarse entre las hojas rojas de los momiji.

Aquí puedes alojarte en un templo, con el régimen más o menos estricto que tú prefieras. Este tipo de alojamiento se llama shukubo. Es fácil informarse en la oficina de turismo.


Camino un poco a la deriva mientras el sol va perdiendo su fulgor. En las tiendas de regalos y en los negocios es omnipresente el koyamaki, el pino paraguas endémico de Japón. Se supone que es un fósil viviente. También me contaron que simboliza la sucesión eterna, más allá del tiempo, de la familia imperial japonesa.

Me dejo llevar por mis propios pasos envuelto en la fragancia de los inmensos árboles. Caminando despacio cruzo un pequeño puente. Estoy en Okunoin.

Okunoin es un cementerio gigantesco, el más grande de Japón, con más de 200 000 sepulturas, panteones, santuarios.....

Una finísima llovizna impregna la tarde entera y todo lo que ella contiene.

Impresiona. Impresiona impresionarse con semejante despliegue de piedra musgosa y húmeda, y tú allí, bajo la llovizna, en avenidas empedradas de siglos y flanqueadas por cedros y cipreses que no los abarcarían doce personas cogidas de las manos. Allí también están sepultadas las cenizas de los daimyo más importantes de la historia de Japón y los abades de los principales monasterios. Y el templo y panteón donde reposa Kōbō-Daishi, Kukai, el fundador de la secta budista Shingon.

El puente Naka no hashi, el puente del interior, del medio, parece que me lleva a algo más profundo dentro del misterio. Al más allá.

Estatuas de Jizō, Kannon, torii, monumentos conmemorativos........ y los cipreses fragantes y silenciosos. Y la lluvia que cae sobre el musgo que todo lo cubre.

Un monje junto las manos en señal de respeto. Guarda silencio. A esta distancia parece orar a los propios árboles gigantescos. A todo esto.

Un tercer puente da acceso al tramo más profundo en el bosque. La propia tumba y templo de Kukai.
Monjes tras los mostradores, el olor a incienso es penetrante. Fuera, alguien remueve la ceniza del pebetero.
Dicen que Kukai sigue allí, en lo más recóndito del templo, meditando y orando por el mundo. Cada día los mojes le llevan su comida.

Envuelto en el olor del incienso y de la tierra mojada guardo un silencio transparente. Aquí todo es posible.. pienso mientras miro la niebla que se queda prendida en las copas de los árboles.

En el camino de vuelta siento cansancio. Tomo té en un pabellón pequeño entre los árboles. No hay nadie aquí. Solo yo y las ollas enormes de cerámica. Tomo dos tazas.

En el pueblo intento recordar el nombre japonés de las plantas, de las flores. No sé por qué. Honoki de hojas enormes, sakurage de flores blancas que una hormiga anda explorando, qué pequeña mota negra parece, y a la entrada del templo satsuki, visitada por un abejorro.
El monje de la entrada se ríe cuando le pregunto.

En el templo el ofuro que revitaliza a cualquiera. Aún mojado y con la yukata exploro un poco el templo. Apenas hay luz y mis pasos hacen rechinar la madera antigua.

El desayuno, como la cena, es magnífico. Vegetariano budista, shojinryori. Pura delicia de colores, texturas y sabores.

La mañana soleada invita a pasear por los jardines y el templo. No hay nadie. Qué silencio....
Huele a incienso y este silencio profundo que me constituye tiembla a esta hora de la mañana.

Siento cierto pudor al estar aquí, solo, como si fuese mi casa. Mi casa...

Al borde del jardín dos pequeños elefantes de cerámica azul juntan sus trompas. Un par de getas aguardan los pies de alguien...

Una campana suena ahora más allá del templo. Llama desde algún de la montaña.
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Información Koyasan Okunoin