Marilo Marb
El pueblo varado
La sensación que se tiene por el camino poco antes de llegar al pueblo y ver cientos y cientos de pequeñas barcas y otras más grandes de pesca varadas en un río seo con apenas algún que otro charco igual de grande que un plato de postre es indescriptible. La escena parece salida de una película de ciencia ficción en los que los navegantes han tenido que abandonar sus barcos por la amenaza de algún monstruo fluvial.
Cuando llegas al poblado, te sorprendes aún más al ver que todas sus casas son de madera encima de unos largos palos ubicadas a un lado y otro de un camino polvoriento donde es imprescindible ponerte una mascara para no tragar tanto polvo al andar.
Niños jugando semidesnudos y descalzos, ancianos, mujeres lavando en un barreño de aguas turbias, gallinas, perros tendidos al sol, cerdos, etc. Cuesta imaginar que las casas muchos años con la llegada del monzón y la subida del río muchas de ellas quedan inundadas.
La economía del pueblo se basa en la pesca, sobre todo de unas gambas pequeñitas que tienden al sol y que son muy apreciadas para cocinar y también de una especie de canon de entrada que se les cobra al turista, pero es imprescindible no dejar de visitar.
La economía del pueblo se basa en la pesca, sobre todo de unas gambas pequeñitas que tienden al sol y que son muy apreciadas para cocinar y también de una especie de canon de entrada que se les cobra al turista, pero es imprescindible no dejar de visitar.
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