Iruya

Iruya... alguien nos habló de este alejado pueblo de Noroeste argentino, y nos fiamos.
Después de conocer la ciudad de Salta seguimos rumbo al Norte hacia la provincia de Jujuy. Una zona preciosa, rocosa, desértica, con unos colores muy cálidos. Pasamos por Tilcara y Humahuaca, y allí fue donde cogimos un autobús hacia Iruya.
Pueblecito indígena de la tribu Kolla de menos de 1000 habitantes.
Fueron 3 horas de viaje para recorrer sólo 40 km, claro está que la carretera era inexistente, todo arena, sin más luz que la de las estrellas. Fue una sensación increíble, llegar allí sin nada planeado y de noche. La gente es tímida, no está acostumbrada al trato con el turista y su castellano es bastante cerrado.

Iruya se encuentra en Salta, es un pueblito colgado en la montaña. Desde Humahuaca se puede tomar el Transporte Iruya o el Panamericano y luego de 3 hs y 30min de viaje se llega a este pueblecito cargado de magia donde su cultura y tradiciones de vida se mantienen vivas a pesar del correr del tiempo. Humildad, sencillez, calidez, trabajadora, pura, son cualidades que describen a los habitantes de Iruya. Alejado de todo, la paz de este lugar es único. Es ideal para sentarse en algún punto panorámico, observar el paisaje y disfrutar la tranquilidad. Las callecitas son empedradas y la mayoría empinadas. Casas humildes y hechas de barro. Electricidad hay hace solamente cuatro años.

Tras recorrer la Quebrada de Huamahuaca, cogemos un desvío por una carretera de ripio en la que ascenderemos hasta mas de 4.000 metros de altura.
Tras recorrer 45 km por esta carretera de sinuosas curvas, divisamos a lo lejos la iglesia de este pueblo.
Al llegar al pueblo te das cuenta que has retrocedido en el tiempo.
Es un pueblo al que aun no se han acostumbrado al turismo. Es ahí donde radica su encanto.
Imprescindible pasar la noche allí.
Nosotros nos alojamos en el Mirador de Iruya, hostalito con encanto q lo lleva gente encantadora.

Si vas a la zona de Salta,

Iruya es un pueblo que nadie puede dejar de conocer.
Allí realmente uno puede conectarse con la realidad de la esencia humana.
Un pueblo encantador con sus costumbre a flor de piel y su cultura desparramada por cada
rincón.
Recomiendo subir al mirador a mirar el atardecer y llenarse de silencio y tranquilidad.