Mamá, mamá, ¡vuelo!
Mi primer vuelo en globo fue una experiencia preciosa, de esas que no se olvida, de las que se quedan para siempre. Amanecía una mañana fresca de abril en la zona de L’Empordà, en la provincia de Girona. En Colomers, punto de despegue, el termómetro marcaba cero grados.
Ahí estaba él, ajeno a temperaturas. Primero arrebujadito, después grande e hinchado cuál pavo real presumiendo de color. El globo, ¡nuestro globo!. ¡Qué grande, qué vivo, qué bonito! Mi tesoro… Digo mi globo. Bueno, más bien el de los amigos de Globus Empordà, los encargados de hacer realidad este pequeño sueño.
Subimos a la cesta cual manzanas en mercado y ale, pa arriba. Poquito a poco empezamos a sobrevolar los campos hasta que llegamos a ver el mar. ¡El mar! Y las montañas nevadas. ¡Nevadas! ¿Qué puedo decir? Era muy guay. ¡Estaba volando!
La sensación fue cuirosa, en realidad muy discreta. Es muy estable, vértigo cero. Maravilloso. Solo por un momento pensé que estaba en una frágil cestita de mimbre a 1.000 metros de altura y me dio un poco de cosa… Mi recomendación es que disfrutes del paisajes y no pienses en la altura.