Quizá el mejor hotel en el que me he alojado nunca
En el año 2012 pasamos una semana en Estambul. La antigua capital del Imperio Bizantino se distribuye en varias zonas, incluso entre dos continentes. Teníamos claro que queríamos alojarnos cerca del Bósforo por lo menos un par de noches y así disfrutar de esta maravilla que es el estrecho que separa Asia de Europa.
Las otras cinco noches decidimos pasarlas en otro estupendo hotel, más céntrico y útil para ir andando a cualquier sitio. Sin embargo el Four Seasons del Bósforo es tan maravilloso que no dan ganas de salir (aunque sí lo hicimos). Se encuentra situado en una de esas magníficas mansiones que pertenecieron a funcionarios del sultán, o a su familia, y que aún se pueden ver haciendo un crucero.
El edificio es blanco, muy blanco, como la terraza que asoma al Bósforo y que cuenta con una piscina impresionante. Los salones comunes son muy lujosos, tienen un toque orientalista muy característico pero sin caer en ningún momento en lo vulgar y el personal de recepción es tremendamente amable.
Nuestra habitación era de las más sencillas, es decir no daba al Bósforo sino a los jardines traseros, y era enormemente tranquila y espaciosa. La cama, enorme y cómoda; con zona de escritorio, sofá junto a la ventana y un diseño exquisito, te hacía sentir en casa (o mucho mejor) nada más entrar. El baño, separado de la habitación por una hilera de armarios, era de ensueño. No sólo por los ricos materiales sino por el detalle con el que estaba diseñado: una ducha amplia junto a la bañera, "amenities" de L´Occitane que reponían dos veces al día, lavabo enorme y un olor estupendo.
Los desayunos, espléndidos, los hacíamos a orillas del Bósforo, con Sultanahmet al fondo y enfrente, Asia. Un lujo del que daba pena separarse aunque fuera para visitar la hermosísima ciudad a la que sin duda volveré.