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Feria de Santo Tomás

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1 opinión sobre Feria de Santo Tomás

Estaba en Donostia un 21 de diciembre,...

Estaba en Donostia un 21 de diciembre, lloviznaba, el Cantábrico estaba enloquecido y hacía un frío polar. Antes de salir a la calle pregunté al conserje del hotel si la feria que había venido a ver no se suspendería. Me miró sorprendido. ¿Cómo se iba a cancelar la Feria de Santo Tomás?
Entro a la Parte Vieja, ya huelo a deliciosa chistorra frita, me cruzo con gente vestida con el traje tradicional de campesino vasco. Al llegar a la plaza de la Constitución me quedo boquiabierta: Son las 10 de la mañana y el sitio ya está atiborrado de gente que festeja. ¡Qué importa que llueva! Bajo los soportales hay un racimo apretado de puestecitos de comida. Hay fogones encendidos, gente que trabaja en equipos. Sobre una tabla un hombre amasa la harina de maíz, luego las mujeres hacen bollos, los estiran y los cocinan sobre un hierro caliente. Son los talos, tortas tradicionales con que se acompaña la chistorra. En el puesto de al lado, madre e hija, arremangadas hasta el codo, cortan y fríen el famoso chorizo, protagonista exquisito y supremo de la fiesta. Más allá se ofrecen distintos quesos del país, sidra natural, todo tipo de morcillas y embutidos, bollería, pastelería, panes caseros. La gente conversa, ríe, come y bebe txacoli, cerveza o vino... Hay familias enteras vestidas a la antigua usanza, adolecentes con boinas caladas hasta las orejas, chicas con pañuelos anudados a la cabeza. De pronto comienza la música, suena el tamboril, la dulzaina, el txistu... Todos se mueven a su son, bailan los cocineros mientras cocinan, los chicos mientras comen, los adultos mientras beben. Qué ambientazo, llueve, hace frío, yo me quiero quedar.

La fiesta de Santo Tomás conmemora la época en que los caseros bajaban de las fincas para pagar su tributo anual a los señores de la ciudad. No pagaban con dinero, si no con lo que producían. Hoy se recuerda esta ‘transacción’ con un torneo de animales de granja y de productos de la tierra. En el centro de la plaza hay un cerdo gigante como jamás he visto en mi vida, más allá se exponen calabazas enormes, pepinos como de un metro, tomates del tamaño de una pelota de fútbol, plantas de pimientos exuberantes...
A las 12 del mediodía yo ya he comido varios bocadillos de talo y chistorra, probado el famoso queso Idiazabal y tomado unos cuántos vasos de txacoli. Pregunto cuándo terminará la fiesta. ¿La fiesta? Pues cuando caiga el sol, cuando se acabe el vino y ya no haya chistorra…
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