Cordobés hasta la médula
Porque verdaderamente parece que lo hubieran tallado desde la misma roca viva, en el sitio donde se levanta, como si siempre hubiera estado ahí y sólo hubiera necesitado que alguien lo sacara a la luz.
Su poder de atracción es tal, que anula completamente la preciosa plaza de los Capuchinos que le sirve de marco, que lo realza, involuntariamente con sus blancos lienzos de pared desnuda, vacía, pero que la convierten en el mejor telón de fondo del Cristo.
Cristo de los Desagravios y Misericordias, Cristo de los cordobeses y de las indulgencias, concedidas con sólo rezar un credo ante su imagen. Trescientos sesenta días de perdón y de piedad.
Recomiendo encarecidamente entrar a la plaza de los Capuchinos de espaldas al Cristo, para guardar su imagen en la retina y para disfrutar de la Cuesta del Bailío, con sus 32 escalones de cantos rodados, con su muro de los capuchinos rebosante de buganvillas, silencio y preparativo para luego llegar al escenario romántico y fervoroso de la Plaza de los Capuchinos. Tranquilidad y sosiego. Ese sosiego que se rompe en Semana Santa –cuando la gente se agolpa en la escalinata para ver bajar los pasos– y en la fiesta de la Cruz de Mayo, en que la hermandad de la Paz instala su cruz floral arropada por cofrades y devotos.
Tal parece el alma de Córdoba.


