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Todo el mundo lo conoce como el Flatiron, o "la plancha", incluso. Pero en realidad se llama edificio Fuller, que es el nombre del inversor que puso la totalidad del dinero para poder levantarlo.
Poca gente sabe también, que éste no fue el primer rascacielos de la ciudad de Nueva York, ya que el Park Row ostenta ese título desde 1897. Lo que si es cierto es que con sus formas imposibles, estilizadas y clásicas, como una reinterpretación del Renacimiento italiano, el Flatiron, de "sólo" 87 metros de altura abrió la veda en 1902 para la construcción de la Nueva Babel en la que se convertiría la isla de Manhattan.
La "plancha" empezó a crecer hacia arriba, cada vez más alto y cada vez más grande, tal y como quería su diseñador Burhham. Se pudo comprobar que nada era imposible en materia de construcción, y arquitectos, magnates y emporios comerciales se pusieron de acuerdo para batir el récord de altura, ya no sólo de Nueva York, sino del resto del planeta.
La importancia de este edificio es tal, que su forma modifica el microclima de Broadway, ya que acelera los vientos que llegan del mar y del interior. Su forma no es un capricho, sino una necesidad creada por la forma del solar donde se levantó, ya que las calles que confluían en la plaza Madison Square Park, la 5ª y Broadway acababan por unirse en ese solar triangular, en ese punto, el edificio tiene sólo 2 metros de ancho.
La idea era vender cada uno de los apartamentos (20 por planta), para uso de oficinas, y así abrir un centro de negocios alternativo al norte de Wall Street. Poco a poco se fueron alquilando, algunos con un contrato de 50 años, por lo que hoy en día, la idea de una empresa italiana que ya tiene comprado el 50% del edificio para convertirlo en hotel de gran lujo, tiene que esperar al año 2019 para que terminen las concesiones de alquiler.
Seguro que cuando llegue el momento, el Flatiron brillará con más esplendor que nunca entre el cielo y la tierra de Manhattan.


