Después de otra noche en un bus ...
Después de otra noche en un bus horripilante, con mil paradas y en cada una de ellas la cantinela de los más estrafalarios vendedores ambulantes (los buses y la organización de las empresas de transporte bolivianas son un espantoso desastre), dejé La Paz y estoy en la preciosa Potosí, una ciudad con ritmo pueblerino que hace la siesta de 12 a 3, como si respetara ese mandato tan hispano desde la época de la colonia.
El famoso cerro Rico corona a la ciudad y a sus increíbles iglesias coloniales. De las entrañas del gran cerro salió la plata que llenó las arcas de España -y de toda Europa- durante el virreinato. Rojo, lleno de tajos y horadado, se lo ve desde todos lados. Lo miro desde el campanario de la catedral, uso el objetivo más grande de mi cámara como telescopio. Parece un animal viejo, aun vivo, con las heridas oscuras al aire. Y no puedo dejar de pensar que acá cerca, casi bajo mis pies, en túneles que tienen hasta 5 subsuelos, hay, en este momento, hombres trabajando.