Un pueblo de postal
Ya lo dicen que a veces, cuando se cierra una puerta, se abre una ventana.
Yo llevaba un buen disgusto. En el avión hacia China leí sobre Pingyao, Patrimonio de la Humanidad: que si era la ciudad por excelencia mejor conservada, que si era el mejor ejemplo de arquitectura tradicional, que si es lo que uno se imagina cuando piensa en ver pueblos de antaño...Por cuestiones de ruta inamovibles (estamos hablando de un país que es como un continente así que hay sitios que sí o sí hay que sacrificar) no podíamos ir. No. De ahí mi disgusto.
Por eso, cuando leí en la guía de viajes acerca de un pueblo situado a 90 kilómetros al este de Pekín, ubicado en medio de un valle agreste, rodeado de altas cumbres y en el que se podía visitar un magnífico conjunto de casas históricas con el encanto del pasado, pensé: ¡aquí voy sí o sí!
¡Y tanto que fuimos!
¿Cómo llegar? Nosotros tuvimos la suerte de ser acompañados en coche privado. El conductor era local y, a pesar de ello, tuvo que detenerse a preguntar y rectificar la ruta varias veces. Vamos, que llegar fácilmente (lo que se dice fácilmente) pues no. Salimos de Pekín a las 10h y llegamos al destino a las 12h, tras dos zigzagueantes horas de ruta.
