El arte de saber morir en Manhattan
El cementerio de Trinity Church, situado en la calle 155 y Riverside, y en cuyo centro se levanta la famosa Trinity Church es el único cementerio activo que queda en la isla de Manhattan. Con la subida de precios de los terrenos en la isla, fue necesario exhumar a la mayoría de los habitantes del subsuelo neoyorkino. Aún así y después de tantos años de enterramientos oficiales y no oficiales, muchos restos quedaron diseminados bajo lo que hoy son las calles y los rascacielos de la Gran Manzana.
Esos cuerpos localizados se trasladaron a las afueras de la ciudad, a nuevos cementerios creados ex profeso para la ocasión o realojados en otros ya existentes.
Al entrar, nos encontramos con las miradas vacías de los cráneos que campean sobre las tumbas de los siglos XVII y XVIII. No hay ángeles victorianos a punto de alzar el vuelo o recargados jarrones de flores en piedra adornando las tumbas, sino que esculpidas, podemos leer referencias a la brevedad de la vida, relojes de arena con alas- Tempus Fugit- y pequeñas y dulces caras aladas de ángeles que dan ese toque de inocencia y bondad que no puede faltar en cualquier buen cementerio que se precie.
Para quien no guste de este tipo de rincones, el ambiente del cementerio es de mal agüero, una advertencia de que la vida es corta y de que debemos ser piadosos y religiosos antes de que acabe de caer el último grano del reloj de arena y nuestra alma vuele hacia el oscuro o luminoso más allá, según hayamos cumplido o no los preceptos.
La tumba más antigua data de 1681 y pertenece a un niño de cinco años que según las últimas investigaciones es la más antigua de todo el Estado de Nueva York.
Es curioso notar y escuchar el silencio que rodea el cementerio, incluso sabiendo que con sólo dar dos pasos entramos de nuevo en la vorágine de la Ciudad de los Rascacielos. Es un mundo de muerte entre un mundo de vivos.