La belleza hecha piedra
Apartada del bullicioso centro de la ciudad de Cork, pero aupada en una loma desde la que domina toda la ciudad, la Catedral Anglicana de San Finbarr es la iglesia más espectacular de la ciudad, fácilmente reconocible gracias a sus altísimas agujas de 76 metros y la elegancia de sus formas levantadas en estilo neogótico y que esconden un interior victoriano, severo y adusto pero de gran belleza.
Es por esto que los visitantes tienden a considerarla más antigua de lo que es, y luego quedan sorprendidos al descubrir que sólo lleva hay desde 1870 y que lo realmente valioso históricamente hablando se esconde bajo ella, donde aún se conservan los cimientos desde los que el obispo Finbarr levantó su abadía allá por el siglo VII.
El entorno del edificio es una auténtica delicia, tras pasar la verja que cierra el recinto, entramos en un espacio verde que sugiere sobre todo paz y silencio, de tal manera que aunque esté situada junto a una carretera, una vez traspasamos la gran cancela, lo único que oímos el es trinar de los pájaros.
A mano izquierda el terreno está sembrado de grandes lápidas, testimonio de los más de 200 años de enterramientos cristianos que la catedral ha cobijado durante su historia. En un pequeño rincón, un laberinto en el suelo se convierte en un camino único que conduce a un centro. A diferencia de otros laberintos donde existen opciones de dirección para el osado que se rete a terminarlo y donde es imposible ver el final del viaje, éste, con su único camino conduce a un objetivo central que es visible en todas las etapas del viaje...
Los visitantes a la Catedral pueden recorrer el laberinto mientras oran, reflexionan sobre un problema, meditan, o simplemente lo siguen sin ninguna intención determinada durante los diez minutos que se tarda en terminarlo.
Ya dentro del templo nos asombramos con las más de 1.200 estatuas que adornan paredes y altares, y sobre todo una gigantesca bola de cañón que recuerda el Sitio de Cork del siglo XVII.


