Después de andar todo el día por el S...
Después de andar todo el día por el Salar, al atardecer atisbamos un minúsculo caserío: San Juan. Quién puede vivir en estas soledades. El pueblito parece abandonado, las casas de adobe desmoronadas, las llamas y las vicuñas correteando por las calles desiertas. Allí pasaríamos la primera noche. En el albergue, sorpresivamente y pagando 7 bolivianos, me ducho con unas gotas de agua caliente. Felisa se afana en la cocina, en la semioscuridad. A las 7 se encienden las luces, se escucha ronroneando el motor. Me abrigo y salgo a ver el atardecer. Hace mucho, mucho frío, el altiplano ha perdido su color marrón y se ha puesto dorado. Brilla la tierra rodeada de montañas negras. Camino hasta el humilde cementerio, sólo me cruzo con una mujer que vuelve quien sabe de dónde con una manada de vicuñas.