Los españoles viven mucho las calles. ...
Los españoles viven mucho las calles. Por eso no se puede conocer la ciudad sin andar, sin gastar suela mirando el camino y sus viandantes, en taxi o en autobús uno se pierde lo mejor. Y, aunque el transporte público es excepcional en Madrid, mi recorrido se hace caminando. Abandonamos la Puerta del Sol por su parte oriental, cogemos la Carrera de San Jerónimo.
Según paseamos, pasaremos por dos establecimientos centenarios. Bellos y añejos, ideales para curiosear. El primero, en el número 8, Lhardy (1839), restaurante y tienda de alimentación y considerado el restaurante más antiguo de Madrid, el primero en “artes de comer fino”, antes de su apertura todo era más bárbaro. Sigue siendo conocido por sus cocidos madrileños de tres vuelcos -uno de los mejores de la capital según los expertos-, sus callos y sus croquetas. Entre los locales históricos se han colado franquicias y cervecerías baratas –en este punto la ciudad pecó de permisiva-, pero unos pasos más adelante hay otra joya, en el número 30, Casa Mira (1855), considerada la meca del turrón en la capital –lo más tradicionales son el de Jijona (blando) y Alicante (duro)-, aunque sus pestiños no desmerecen al dulce navideño. Su escaparate es hipnótico, una estantería giratoria hace que los caminantes se paren y miren obnubilados. La calle desemboca en la Plaza de Canalejas, en que encontramos otra tienda coqueta, en el número 6, La violeta (1915), donde se compran violetas, típicos caramelos madrileños hechos con esencia de esta flor.
Si seguimos andando al número 34, el hotel Urban, un lugar a recordar si se quiere tomar una copa, casi a cualquier hora del día o de la noche: de 11.00 a.m. a 3.00 a.m., ininterrumpidamente, todos los días de la semana. En su Glass Bar proliferan los gin tonics, porque es el combinado más fashion en estos momentos. La tónica Fever Tree, que hizo famosa Adriá, y la ginebra Bulldog son santo y seña de cualquier lugar que se precie de poner estos combinados. No es barato (desde 15 euros la copa), pero es agradable, cool, über trendy. Y los domingos ponen un brunch muy solicitado en la capital, algo caro dado que es un hotel de cinco estrellas (40 euros por persona). En verano, merece la pena subir a la Terraza del Urban, en la azotea, a tomar esa copa abierta desde las 20 horas.
Si seguimos caminando por esta calle, desembocaremos en la Plaza de las Cortes, donde podremos ver el Congreso de los Diputados (1850) custodiados por dos leones llamados Daoíz y Velarde, en honor a los sublevados contra los franceses en el 2 de Mayo –tema histórico recurrente en la capital-. Aunque como madrileña, lo que más me fascina, no es el Congreso que se visita los sábados por la mañana, sino el tamaño faraónico de sus oficinas que, anexas al hemiciclo, han convertido a la catedral de la democracia en capilla.
Enfrente está el Hotel Palace, que suele albergar famosos y artistas. De hecho, no es extraño pasar por delante y ver a alguno salir, saludar o huir de sus fans. La cúpula vitral del interior merece una visita rápida.
Y cómo no, hay otro tercer punto general sobre el que hablar, ya que estamos caminando sin conocer a ciudad y podemos perdernos o despistarnos: los españoles y los idiomas. Las lenguas extranjeras siguen siendo una asignatura pendiente en el país, aunque voluntad de ayudar no falta en la ciudad, nunca he visto a un madrileño no ofrecer asistencia, si sabía o podía vía idioma, gestos o gritos. Sí, a veces, los españoles -gritones por naturaleza- cuando no les entienden suben el volumen para abrir el oído al extranjero.
