Sabor lisboeta
La mejor manera de disfrutar y conocer Lisboa es vivir sus calles, olerlas, sentirlas, meterlas bajo la piel.
En Alfama las calles huelen a sardinas, a revoques húmedos, a musgo, a vino, a tiendas de antiguo como las que todavía, y según herencia portuguesa, conservamos en Canarias, pero sobre todo huele a saudade, esa melancolía que dejaron impregnada en sus paredes todos los que partieron hacia lejanas tierras y al mirar atrás la vieron alejarse.
Rossio es el corazón de Lisboa, su centro neurálgico, con sus tiendas de artesanías y recuerdos, sus cafés históricos, tenderetes de flores y palomas, lugar de encuentro de la gente que puebla las antiguas colonias portuguesas de Guinea,Angola, Cabo Verde y Mozambique.
Graça es el barrio de los obreros, el de las escalinatas de imposible pendiente y los miradores que dejan con la boca abierta a los visitantes, el de la Feira da Ladra, el rastro que desde 1882 tiene lugar detrás de la imponente iglesia de San Vicente da Fora.
Chiado, renacido, cual ave Fenix de las cenizas del incendio que destruyó la mitad de su cuerpo en 1988. Aristocrático y elegante, culto e intelectual, escritor y poeta como sus acólitos Ribeiro o Pessoa.
El Bairro Alto de las mil caras, alegre, africano, bohemio, de suculenta cocina o meca del fado, que no sabe si quedarse en su pasado o aventurarse en el futuro.
Y por supuesto Belem, monumental, rica en jardines y parques, restaurantes y nuevas zonas de ocio que contrastan con la antiguedad de los Jerónimos y la Torre o la impresionante elegancia del Padrão dos Descobrimentos.
Hay más barrios, hay más calles, hay más Lisboa, pero no voy a desvelar sus secretos. Hay que vivirla bajo la piel.


