La playa etnográfica
La cala no tiene acceso directo desde la carretera, así que debemos dejar el coche aparcado en un terreno cerrado por muretes que es gratuito y está bien señalizado. Tras salir del recinto seguimos por una camino con suelo de cemento acotado por cuerdas que nos va metiendo por el bosque, siempre en sentido descendiente. De repente el cemento se convierte en grava, en tierra, y empiezan las sorpresas. Cada cierto tiempo, aparecen construcciones antiguas a los lados del camino.
Primero los llamados Ponts de Bestiars, que eran pequeñas cochineras donde se criaban unos cerdos, ya casi desaparecidos que constituían la única raza autóctona menorquina. De piel negra y con mucha y sabrosa grasa, se alimentaban de bellotas y lentisco, lo que les daba un sabor especial.
Seguimos bajando y vemos otras construcciones que servían para recoger al ganado en días de lluvia y mantenerlo a salvo de las inclemencias del tiempo y cualquier depredador, aunque en Menorca eran muy pocos.
Y después de este interesante paseo llegamos a la playa.
El hecho de estar tan lejos de la carretera convierte a esta playa en un paraíso casi virgen, aislado, con su agua cristalina y limpia, la tranquilidad de tener una afluencia de bañistas por debajo de la media. Una playa ideal donde no sólo darse un baño y disfrutar del sol, sino de poder dormir una siesta o investigar la multitud de caminos que parten de ella y que nos regalan unas vistas absolutamente impresionantes. Una auténtica maravilla.


