Besalú

Cualquier mañana de sábado y domingo es fiesta en Besalú. La antigua capital de la Cataluña condal se despierta temprano, se mira color miel en las aguas verdosas de sus dos ríos y espera a sus visitas. Los turistas comienzan a llegar, y siempre caen rendidos a sus pies. La villa sabe que su halo de siglos es tan fuerte como un sortilegio. Que todos quedan envueltos en él sin remedio.
Uno siente su embrujo ni bien se le acerca por el largo puente románico del siglo XI. Cercada por el Fluviá, Besalú muestra desde allí su mejor perfil medieval. Una vez dentro de la villa, las callejuelas intrincadas y oscuras del ‘call’ o barrio de la judería, parecen, desde las sombras, destilar misteriosos secretos. Pero luego el sol se cuela entre las torres y dispersa a los fantasmas. Llenas de luz resplandecen la iglesia románica de Sant Vincenç, la preciosa calle Tallaferro y la animada plaza Mayor. Merece detenerse a tomar un café o una copa en cualquiera de sus bares y, luego visitar la Curia Reial, singular edificio con toques góticos, el Miqvè, los asombrosos baños judíos subterráneos, y las casas-palacio de Sant Romà y de Sa Font.

Caminar por las calles del casco antiguo de Besalú puede depararte grandes e insólitas sorpresas como las figuras romanas insertas en la muralla, o la imagen en una bóveda sobre el marco de una pequeña ventana. Hasta allí curiosidades probables de encontrar en un lugar con vestigios de civilización romana pero, una silla tipo tonet de patas muy largas en el rellano de una escalera entre las murallas, o las pequeñas figuras de hierro detrás de una ventana van incrementando mi curiosidad por todas aquellas cosas que nadie ve. Un basurero medieval en una esquina cualquiera, una casa con la fecha de nacimiento y el nombre de su propietario en una viga de madera que separa la puerta de la ventana balcón, símbolos de la cristiandad tallados en el suelo, un enorme y añoso árbol con una gran placa que tiene una poesía de Ramón Vidal de Besalú sobre “Avril Issi’e” o una silla fija a una pared como para sentarse a espiar el cielo entre las murallas. Sorprendente Besalú me encantaría volver!!!.

La comarca de la Garrotxa tiene infinidad de lugares donde perderte, donde encontrar la paz y el relax que a veces tanto buscamos, pero llegar de repente a Besalú hace que te detengas en el tiempo.

Su calles, sus piedras, el bellísimo Fluviá y su arquitectura se entremezclan para crear un pueblo mediaval excepcional, de los mejor conservados del país.
Lo mejor que se puede hacer es callejear, disfrutar de sus plazas recoletas, de su paseo al lado del río, cruza el puente, sube y baja escaleras, y disfruta de una de las mejores ofertas gastronómicas de Cataluña, con su "cocina volcánica".

Llegamos por la tarde y facílmente puedes estar una hora haciendo fotos al puente medieval. Una vez dentro del pueblo todas sus calles estrechas te embriagan no pudiendo dejar de buscar detalles a los que fotografiar. Cuando llegamos ya habían cerrado el molino y el museo de miniaturas, así que nos dedicamos a pasear y esperar a que iluminaran la ciudad. Al salir, ya de noche, nos sorprendió una actuación teatral por las calles de Besalú muy al estilo "Aguila Roja"... aúnque era una actuación para un grupo de visitantes por lo que no nos quedamos a verlo... pero lo ví muy curioso e indicado para captar visitas.Lo único negativo, dos pancartas enormes de dos casas en venta...